Os dejo las presentaciones de vuestros compañeros Marcos y María Pizarro. Me han parecido las que estaban más completas:
Literatura
En el blog de Felipe Zayas me he topado con esta entrada cargada de ironía, pero que nos hace caer en la cuenta de las potencialidades del libro frente a la era digital.
En este poema, Bécquer suplica a su amada que duerma, porque el sueño de ella le provoca sentimientos de ternura y de cariño. El poeta es capaz de distinguir entre la risa que amenaza y la sonrisa que atrae, entre el hablar y el susurro. Os gustará.
Despierta, tiemblo al mirarte;
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.
Despierta, ríes, y al reír tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.
Dormida, los extremos de tu boca
pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
que deja un sol que muere.
¡Duerme!
Despierta, miras y al mirar tus ojos
húmedos resplandecen
como la onda azul en cuya cresta
chispeando el sol hiere.
Al través de tus párpados, dormida,
tranquilo fulgor vierten,
cual derrama de luz, templado rayo,
lámpara transparente.
¡Duerme!
Despierta, hablas y al hablar vibrantes
tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes.
Dormida, en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue,
escucho yo un poema que mi alma
enamorada entiende.
¡Duerme!
Sobre el corazón la mano
me he puesto porque no suene
su latido y de la noche
turbe la calma solemne.
De tu balcón las persianas
cerré ya porque no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte.
¡Duerme!
Puedes escuchar otras rimas de Bécquer pinchando en este enlace.
María Pizarro me dijo el otro día que si podía poner poemas de Bécquer, que eran sus preferidos. Me ha parecido que este poema define muy bien la poesía del sevillano, un poeta que introduce la poesía moderna en la literatura española, dejando ya atrás la retórica vehemente del Romanticismo.
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
¡esas… no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
¡esas… no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido…; desengáñate,
¡así… no te querrán!
Os dejo ahora este poema de Miguel Hernández lleno de la ternura dramática de un niño por el que la infancia casi que pasó de puntillas; tanto es así que ni los Reyes Magos pasaron por su ventana infantil. Pero ahora en versión ilustrada.
Os dejo aquí la presentación que ha hecho Carlota sobre el escritor americano:
En estos días en que los asuntos familiares hacen que los ánimos pasen por horas bajas, hemos tenido que acompañar nuestras congojas con la noticia triste de la desaparición de un escritor que he seguido y leído desde hace mucho tiempo.
Hombre sencillo, de gesto amigable, escritor por vocación y periodista de profesión, lo que me gustó siempre de él fue su maestría en el manejo del español. Era capaz de transmitir las emociones más sinceras e intensas con palabras muy sencillas. Sabía llegar a los lectores sin necesidad de alardes complicados. Su técnica era el conocimiento y el dominio íntimo de la palabra, valerse de lo que de manera clara refiere a los objetos cercanos. Y por supuesto, como otro noventayochista, su conocimiento de Castilla y su amor por la tierra, por sus gentes. Su pasión de cazador está detrás de todo ello. De cazador que respeta los ciclos naturales y comprende, porque es capaz de analizarla, la labor cinegética.
Qué decir de esas Viejas historias de Castilla la Vieja, deliciosas por su naturalidad; qué ternura la de esos niños de El camino; qué autenticidad en Las ratas; qué prodigioso El hereje; qué sinceridad en Señora de rojo sobre fondo gris. La sombra del ciprés es alargada es una obra de iniciación de extraordinaria belleza. Cinco horas con Mario abre nuevos caminos en la manera de contar las cosas. Y Los santos inocentes es el reflejo de su pasión por la caza. Y hasta la nueva democracia que se abría paso en el año 78 fue objeto de su pluma en El disputado voto del señor Cayo.
Por todo ello, me gustaría darle las gracias sinceras por haberme hecho disfrutar de su prosa sencilla y natural. GRACIAS, Miguel.
Página oficial de Delibes.
Especial de El País dedicado al escritor.
Especial de Público.
Delibes en el Centro Virtual Cervantes.
Programa de Radio Nacional de España dedicado al escritor vallisoletano.
La RAE hará un homenaje a Delibes el próximo 15 de abril.
Exaltación de la alegría de vivir por parte del padre Miguel Hernández, que aconseja a su hijo que defienda la risa por encima del hambre y las penurias en las que vive. No quiere que sea consciente de las circunstancias por las que él está pasando. Hermoso y gran poema este, lleno de ternura, no por conocido y repetido, menos valorado.
Ángel González es autor de una poesía comprometida con el hombre, teñida de ironía fina y de humor. Nació en Oviedo y su infancia estuvo marcada por la sombra de la guerra civil y por la muerte prematura de su padre cuando él apenas tenía dos años. En este poema que os presento el escritor quiere hacer que el lector sienta la insensatez, el sinsentido, de las guerras, que nunca llevan a nada, más que a la destrucción y a la barbarie:
Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.
Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.
Por otra parte, el trueno
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego:
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.
Llegó también la guerra de un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno
todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento.
Ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.
Por eso (y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:
cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja
un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;
cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en la tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;
y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos -nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…
Miguel es un hombre de casa; su pensamiento está siempre con los suyos, su esposa y el hijo que esta lleva en su vientre. Hasta el campo de batalla es lugar para detenerse un momento y tomar el lápiz. La evocación de su esposa da sentido a estos versos. Y lo que da sentido a su actividad militar es la lucha por la libertad y por el amor.
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.